(Clr. Paola Gentile)
(Imagen: Rajka Kupesic)
La
Organización Mundial de la Salud (O.M.S) define a la Salud Sexual como: “la integración de los elementos somáticos,
emocionales, intelectuales y sociales del ser sexuado, por medios que sean
positivamente enriquecedores y que potencien la personalidad, la comunicación y
el amor”. Para poder lograr una saludable integración de los elementos
mencionados en la sexualidad de las mujeres, es de fundamental importancia:
-
Acceder a información veraz, basada en la promoción de una actitud positiva
hacia una dimensión (la sexual) que es constitutiva del ser humano.
-
Conocer nuestros Derechos Sexuales y Reproductivos para que sean utilizados para un mayor desarrollo personal.
-
Asumir nuestro propio deseo
sexual, favoreciendo el poder tomar decisiones más saludables sobre nuestra
propia experiencia y conducta sexual.
-
Abordar la influencia de los procesos de socialización para despojarnos de
condicionamientos y limitaciones religiosas, sociales y culturales para adquirir
nueva conciencia y alcanzar una visión más acorde a nuestra realidad como
personas, lo que nos permitirá ser capaces de asumir el despliegue de la
totalidad de nuestro ser, para beneficio de nuestra saludable integridad en pos
de nuestro bienestar y plenitud.
Función reproductiva-
Función placentera
A
través de los siglos se han formado concepciones de lo que significa ser mujer en materia de sexualidad que permanecieron incuestionadas por mucho
tiempo, en su trabajo sobre “Historia de la Sexología” el Dr. Flores Colombino,
nos acerca la idea de cómo la expresión de la sexualidad humana ha estado
condicionada por las pautas culturales y morales de cada época y pese a
desentrañar muchos misterios guardados por el tabú de los siglos, la tarea
continúa.
La
función reproductiva y la función erótica de la sexualidad humana están al
servicio del placer y la vida, pero también pueden ser fuente de sufrimiento y
muerte.
Durante
muchos años la función reproductiva ha sido la que ha legitimado las uniones
sexuales. Nuestra cultura está fuertemente influenciada por el cristianismo que
ha impuesto ideas muy restrictivas en materia sexual. El antiguo testamento,
califica como actos impuros y antinaturales el adulterio, la fornicación, la
sodomía y la homosexualidad. La monogamia es estricta y el matrimonio
indisoluble. Se ha exaltado la castidad como símbolo de pureza y el acto sexual
es pecaminoso, el coito solo es admitido porque es imprescindible para la
procreación y pasa a ser un deber sagrado dentro del matrimonio, debiéndose
evitar los deseos sexuales como un fin en sí mismos. Todo lo referido a la
sexualidad ha estado teñido de pecaminoso, sucio, bajo, impuro por lo que cualquier
contacto con el placer no ha hecho más que generar culpa y vergüenza.
Desde niñas vamos recibiendo mensajes confusos acerca
de nuestra sexualidad, se nos dice, de manera más o menos velada, que la
ocultemos, la neguemos y la reprimamos, o bien, que la usemos y explotemos
hasta que llegará un momento en que será descartada por la edad ya que los
medios de comunicación, nos bombardean todo el tiempo con modelos donde el sexo
femenino es presentado como medio para seducir, conseguir poder y dinero, relegándonos
a un papel de objeto y de sumisión, creando una trampa invisible ya que esos
modelos, inconscientemente se van naturalizando.
Así vamos siendo colocadas en categorías sexuales con
extremos opuestos. Según los estereotipos y roles de género, podemos entrar en
la calificación de ser consideradas putas, ninfómanas, busconas o calentonas, o
bien frías, pasivas, frígidas, estrechas o anorgásmicas.
En
el 14º Congreso Mundial de Sexología, llevado a cabo en Hong Kong (Agosto/99)
se aprueba la Declaración Universal de los Derechos Sexuales y en teoría las mujeres y los hombres tenemos
el mismo derecho de ejercer libremente nuestra sexualidad, con respeto a la
dignidad e igualdad; pero en la praxis, existen un sinnúmero de restricciones
para las mujeres. Sabemos que históricamente la función placentera
-sobre todo para nosotras, las mujeres- ha sido relegada o silenciada. Aun en
la actualidad, no es extraño escuchar relatos
de mujeres desconectadas de la
valiosísima fuente de satisfacción y
gozo que es el placer; poseen escaso o
nulo conocimiento de sus zonas erógenas, de sus genitales, de sus gustos y
preferencias en sus formas de estimulación, o sienten vergüenza para expresar lo que desean
o delegan en la pareja la responsabilidad de obtener placer o no han
experimentado nunca un orgasmo o participan del acto sexual como una
obligación.
Tengamos presente que
nuestra sexualidad se manifiesta en nuestras vidas todos los días, ya que somos
seres sexuados desde que nacemos hasta que morimos. Exploremos, conozcamos y conectemos
plenamente con nuestra dimensión sexual como una función humana natural y
hermosa que está directamente relacionada tanto
con la reproducción como con el placer. Apropiémonos de nuestros
cuerpos, nuestros deseos y necesidades, y que la expresión de nuestra
sexualidad no esté condicionada, limitada o controlada para que en su
manifestación seamos mujeres plenas en
nuestra totalidad
Enlaces de interés:
Ley: 25.673 de Salud Sexual y Procreación Responsable